¿Sabéis? Me he dado cuenta de que casi siempre que escribo
aquí, lo hago sin ningún motivo. No me gusta escribir sin motivo, escribir
sobre lo abstracto, sobre la nada. Hoy escribo porque ayer vi Donnie Darko. Es
una película de esas que se convierten en eternas pendientes, y realmente
quería verla porque había oído hablar mucho y muy bien de ella. Ahora entiendo
por qué. Antes incluso de acabarla, mi subconsciente ya la había metido en esa
clase de películas emparanoiantes, de las que te vas a la cama pensando en
ellas, de las que se queda la pantalla negra tras los créditos y uno se queda totalmente pillado.
Por si no ha quedado claro, me gustó. Me gustó mucho. Tiene
un buen argumento, buenas interpretaciones, un buen fondo y buenas frases a
citar. Además de una gran banda sonora. No quiero deciros de qué trata, porque
en el caso de que no la hayáis visto, si yo fuera vosotros al leer esto tal vez
me entraran ganas de hacerlo y me gusta ver las películas sin tener ni idea del
argumento; en el caso de que la hayáis visto, sigue siendo innecesario porque
ya lo conocéis.
El caso es que es una película que me ha hecho pensar. Sobre
muchas cosas. Sobre la vida, sobre la mala suerte, sobre el destino y sobre las
causas. ¿Por qué suceden las cosas que suceden? ¿Es irremediable que sucedan?
¿Existe si quiera una razón?
Desde siempre ha habido personas que creen en el destino,
personas deterministas. Y estos deterministas siempre se han encontrado con
otras personas empeñadas en llevarles la contraria. Éstos segundos suelen usar
argumentos como que cada uno es dueño de su propio destino y qué la existencia
sería un fraude si dependiese tan solo de un guión ya escrito. Pero lo que yo
concluyo con todo esto, es que si cada uno es dueño de su propio destino, y
evidentemente las vidas y por tanto destinos de todas las personas están
interconectados, al final nuestra vida depende en gran medida de las vidas y
decisiones de personas que no conocemos, pues en este planeta somos muchos y
por supuesto que no nos conocemos todos. Si nuestro destino depende del destino
de millones de desconocidos, ¿no es esa una situación parecida, al menos sin
tomar distancia y en cuanto a nosotros respecta, que la planteada por los
deterministas? El resultado final siempre acaba siendo el destino propio en
manos de ajenos. ¿Importa realmente si esos ajenos sean el resto de humanos o
un ente desconocido (llámese Dios, destino o X)? Si realmente importa, ¿cuál de
las dos situaciones es peor?
Son preguntas para las que, como la mayoría de las que
me planteo, no tengo respuesta.
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