5 de septiembre de 2018

Because


El otro día escuché el Because de los Beatles y me di cuenta de que la comprendía por primera vez. No la letra, que es sencilla, sino lo que hay detrás. Because the sky is blue it makes me cry. Nunca terminé de entender bien esa parte; estos hippies, lloran por todo. Pero en mi último día en Lovaina miré al cielo y lloré. Porque era azul y porque era perfecto. Siempre he pensado que ser feliz es imposible, es simplemente un proceso, una meta inalcanzable que es necesaria para seguir avanzando. Pero me he dado cuenta de que a lo mejor ya soy feliz. Ser feliz no significa estar contenta todo el rato. Significa aceptar la vida y las cosas, saber que lo que es, es. Y lo que no es, o bien se cambia o se acepta. El otro día miré al cielo, y a la tierra, y era todo tan bonito. Todos los árboles eran perfectos, cada uno a su manera. Los surcos, los colores de la madera, cada hoja única y distinta a todas las demás hojas que existen. La vegetación huele tan bien, y la naturaleza es tan bonita. Ya no me dan miedo los bichos. Caminé entre la maleza, y todas las texturas eran fascinantes. La luz, el aire en la cara. Caminar entre arbustos es difícil, pero merece la pena por ver un espectáculo tan impresionante. Because the wind is high, it blows my mind.

 

El otro día subí a una azotea, y me dio miedo. Eran cinco pisos por una escalera de incendios, de esas finitas que son un alambre pegado a una casa. Nunca he tenido miedo a las alturas, pero cuando ya casi estaba a punto de llegar, entendí a la gente que lo tiene. Un tropiezo, un mal paso y game over. Era tan fácil. Sólo miré abajo una vez, pero fue suficiente para ser consciente de que si uno de mis zapatos con forma de gatito me fallaba, estaba muerta. Miré hacia arriba y evité el pensamiento, porque supe que si me recreaba en él me pondría nerviosa y entonces mi miedo se cumpliría y tropezaría. Miré a la escalera, a mis manos y seguí trepando. Una mano amiga me esperaba en la cima. Al llegar, con los dos pies el tejado, contemplé las vistas y supe que había merecido la pena. Love is all, love is new. Love is all, love is you. A veces la vida puede parecer confusa, no sabes a dónde vas o qué es lo que debes hacer. A veces me cuesta respirar y tengo que estar sola en una habitación. A veces parece que no hay razones para seguir. Pero me he dado cuenta de que no hacen falta razones. Estar vivo es tan duro, pero merece tanto la pena. Todas las oportunidades, la incertidumbre, la posibilidad de crear una historia: tu historia. Existir es una experiencia que merece la pena ser vivida. Y eso es suficiente. Suficiente para seguir andando, para no detenerse nunca. Siempre hay un siguiente paso, y siempre merece la pena. Aunque sólo sea por las vistas.

7 de marzo de 2018

¿Por qué nos gustan los dibujos tristes?

Empecé a hacerme esa pregunta hace unos diez días al empezar a ver BoJack Horseman. Empecé a ver esa serie porque alguien que me conoce bien me la recomendó, y efectivamente qué me pega a mi más que dibujos, sarcasmo y diálogos depresivos sobre lo vacía que es la existencia: pues nada. La cuestión es, que últimamente hay una tendencia hacia este tipo de género. Quizá esto sea menos compartido, pero ya dije muchas veces en su día que a mi Rick y Morty me pone triste. Quiero decir, me reí con ella, me gustaron sus giros y la trama retorcida que tiene, pero lo que más me gustó es ese trasfondo de personajes rotos que hace que al final de cada episodio te sientas una mierda. ¿Por qué buscamos sentirnos una mierda? ¿Por qué nos sentamos delante del ordenador a ver personajes animados que saben que podrían suicidarse en cualquier momento, pero por pura inercia no lo hacen? ¿Por qué nos quedamos con ese pensamiento viendo nuestro reflejo en la pantalla mientras van pasando las letras de créditos? En mi opinión es algo generacional; quizá en su día la gente joven se sintió miserable con Rebelde sin causa, o con Forrest Gump y hoy necesitamos cristalizar esa nostalgia que nos produce seguir viendo Boing con 25 años en forma de dibujos tristes.


Es como si empezáramos a ver Disney Channel en los 90 para divertirnos, para pasar un buen rato comiendo lacasitos sentados en el suelo de nuestro cuarto, y ahora sigamos dejando correr las horas en el suelo de nuestro cuarto pero hace ya mucho que no pasamos un buen rato. Hemos visto cómo las estrellas del club Disney se hacían mayores, se convertían en iconos sexuales y después intentaban solucionar sus crisis personales a golpe de cocaína. Cómo los dibujos que veíamos dejaban de ser ingenuos poco a poco para intentar inculcar valores, y al final han acabado surgiendo dibujos nuevos que ya no tienen por qué inculcar nada porque ni siquiera están dirigidos a un público infantil. Hemos crecido sin dejar de ver dibujos porque no queríamos crecer, y al final los dibujos han crecido con nosotros. Qué hay mejor que identificarte con un caballo alcohólico para confirmar que tu vida es una mierda.

27 de octubre de 2017

Blade Runner: algunas reflexiones



Blade Runner es una archiconocida película del año 82, ubicada en un futuro distópico que al menos temporalmente, no estaba tan lejos. La obra ha pasado a la historia por plantear interrogantes diversos sobre qué significa ser persona; preguntas atemporales que el ser humano siempre se ha hecho, y que surgían esta vez en forma de oscura narrativa audiovisual. No vamos a detenernos aquí en todas, pero al menos sí en las que más me han llamado a mi la atención.

En la sociedad que perfila la película hay dos tipos de individuos: replicantes y humanos. Los primeros fueron creados por los segundos, a su servicio, y su independencia respecto a estos es meramente accidental. Eran esclavos que se revelaron y trataban de vivir para ellos mismos, lo cual les hacía peligrosos y se decidió que debían ser retirados, eliminados (que no asesinados, todos estos matices lingüísticos son importantes porque contribuyen a acentuar la diferencia entre unos individuos y otros; sólo se asesina a quien uno considera como igual). La diferencia entre humanos y replicantes parece radicar en la capacidad de sentir, pues en eso consiste la prueba a la que han de someterse los individuos para probar su humanidad; se trata de tests que se hacen para provocar una respuesta emocional. ¿Es eso lo que caracteriza a los humanos? ¿Nuestra capacidad de sentir? Esto parece altamente discutible, ya que no es difícil encontrar excepciones (¿hacen ciertos trastornos que uno deje de ser humano? No parece que podamos responder que sí) y resulta difícil defender que sea un rasgo exclusivamente humano. Podemos tratar de limitar los sentimientos de los animales apelando a la racionalidad humana, pero así sólo recortaremos más y más el espectro de humanos que cumplen esta condición (no sólo excluiremos a humanos con deficiencias mentales sino también niños, por ejemplo). La propia película se retracta en esta premisa, pues poco a poco va mostrando cómo los replicantes son capaces de enamorarse, entristecerse, etc. Parecen incluso ser capaces de sentir con más intensidad que los humanos, debido a que son inexpertos en el campo de las emociones. ¿Son las emociones algo que uno aprende a gestionar? A primera vista sí; no reaccionamos igual cuando alguien nos abandona en la infancia que cuando nos sucede en la vida adulta, por ejemplo. Ahora bien, ¿a qué responde esta evolución? La respuesta optimista sería que a un aprendizaje, un perfeccionamiento de las respuestas a situaciones de la vida que vamos puliendo con los años. Sin embargo, me parece interesante que consideremos “mejor” una cierta insensibilización; desde luego es conveniente, pero no sé si mejor. Aprendemos a no dejarnos afectar, entrenamos una cierta indiferencia ante todo; desde el enamoramiento hasta la muerte. No es lo mismo enamorarse con 15 años que con 25; no sólo es que no sea lo mismo, es que no está bien visto que lo sea. Una pareja adulta comportándose como una de adolescentes es simplemente una estampa ridícula; cuando uno habla de una relación adulta en seguida piensa en independencia, en respetar espacios, etc. Que no estoy diciendo que eso esté mal, simplemente me llama la atención cómo consideramos mejor lo que más nos protege de un sufrimiento potencial, y por tanto lo que más nos aleja de los demás, lo que en cierto modo es menos “auténtico”. Me parece incluso más llamativo con el ejemplo de la muerte; hay cierto momento en el que nos parece adecuado hablarle de la muerte a los niños, porque tienen que “acostumbrarse” a esa idea. Y cuando digo acostumbrarse quiero decir que tienen que volverse lo más insensibles posibles; tienen que comprender que antes o después sus abuelos van a morir, ellos lo van a ver y tienen que superarlo con relativa facilidad porque eso es la vida. Gestionar los sentimientos parece por tanto aprender a enterrarlos. Nos acostumbramos a que la vida tiene cosas buenas y cosas malas y a que ser fuerte significa que no nos afecten demasiado ni unas ni otras. 

Otro rasgo en el que Blade Runner hace hincapié es el tema de los recuerdos como constitutivos de la identidad. Los replicantes tienen recuerdos falsos, y es esa falsedad lo que hace que no sean humanos, que no sean personas de verdad. ¿Son los recuerdos nuestra identidad? En mayor o menor medida, parece difícil despojarse de esta idea. Sin embargo, ¿qué son los recuerdos a parte de una narrativa en gran medida aleatoria? Desde luego hacemos algo para construir nuestros recuerdos, pero el factor de azar es importantísimo. ¿Qué hemos tenido nosotros que ver en tener tales o cuales padres, en haber nacido en un sitio o en otro, en haber estado en determinado lugar en determinado momento? La mayoría de esos factores son ajenos a nosotros, y simplemente llegan a nuestras vidas como un torrente de agua que ni generamos ni podemos detener, pero del que no podemos evitar empaparnos. ¿Es entonces nuestra identidad en gran medida aleatoria? Quizá sí. ¿Pero dónde situamos entonces nuestro factor de decisión? ¿Cuando tal recuerdo se formó porque decidimos decir o hacer una determinada cosa? ¿Qué nos lleva a actuar? Parece que en nuestro caso la respuesta es que hay algo que lo hace, no está claro qué, pero hay un yo que en último término acaba haciendo algo. En el caso de los replicantes ese yo simplemente no existe, es un espejismo. No fueron ellos quiénes decidieron dar aquel beso, correr aquel día o decir aquella palabrota; fue alguien ajeno, que implantó esa historia en su cabeza narrada en primera persona. Pero quizá eso simplemente equivale a decir que su yo es más joven de lo que pensaban; no se corresponde con la persona de los recuerdos pero está ahí, desde el momento de su nacimiento real, en el que empezaron a tomar decisiones genuinas. ¿Pero por qué les duele tanto comprender que una parte de lo que creían su vida no existe? Quizá por el simple hecho de no tener unas raíces bonitas, de haber sido creados por simple utilitarismo. Nadie quiere saber que ha sido traído al mundo sólo para hacer algo en concreto, y no para tener la oportunidad de tener la vida que él quiera. Sin embargo, casi nadie tiene la vida que quiere, y simplemente nos dejamos llevar hacia las vidas que se nos permite tener. ¿No nacemos nosotros también para ocupar un cierto lugar?

En el plano moral, es interesante cómo Deckard sólo comienza a sentirse culpable de retirar replicantes cuando comienza a sentir algo por una (comprueba que se les puede querer, se les puede tratar como humanos). ¿No podría suceder en nuestra sociedad lo mismo de humano a humano? ¿Significa esto que sólo respetamos a los otros cuando sentimos empatía por ellos, cuando nos damos cuenta de que son como nosotros? En cierta medida sí. Es muy difícil considerar al otro como sujeto de consideración moral si no somos capaces de ponernos en su lugar, de identificarnos con él en cierta medida. De ahí que en principio siempre nos impacten más las desgracias de los sujetos que más se parecen a nosotros; no reaccionamos igual cuando muere nuestro hermano, que cuando muere nuestro vecino, que cuando muere alguien de nuestro país, que cuando muere alguien de otro continente, que cuando muere un animal. ¿Significa eso que somos incapaces de extender nuestro código moral hacia los otros (mujeres, negros, animales, cualquier forma de vida)? Parece que en cierta medida sí, la moral ha de partir de un vínculo hacia el otro, una mínima empatía. A medida que avanza la historia tendemos a extender esa empatía, nuestro círculo de consideración tiende a ser más y más amplio. La pregunta es dónde acaba esa empatía, si puede extenderse indefinidamente; cuál es el límite entre nosotros y los otros (en la película simbolizado como los humanos y los replicantes).
Por último (y ya me callo, lo prometo), uno de mis aspectos favoritos de la película es el aura religiosa en la que está envuelta. Los replicantes buscan a su diseñador genético como los hombres buscan a Dios. Y este resulta ser un ser miserable y solitario que vive entre criaturas pueriles. Buscan al creador para retrasar su fecha de caducidad, al igual que los hombres buscan a Dios esperando encontrar la salvación eterna (es decir, alargar su vida).  La diferencia es que aquí los creados acorralan a su dios, porque ambos son igual de inteligentes. Cuando no hay abismo entre el creador y lo creado la relación es muy distinta (no habría religión si Dios fuera igual que nosotros, pues no habría respeto ni idolatría, sino que la relación sería de tú a tú).

En la recta final de la película, concretamente en la conversación entre Roy y Tyrell, se da a entender que se puede vivir mucho y ser mediocre o poco y ser excepcional; y parece que Dios prefiere que seamos lo segundo. Roy mata a Dios (Tyrell, su padre, su Dios) cuando comprende que no puede obtener de él lo que quiere. ¿Es eso lo que hizo la posmodernidad? ¿Matar a Dios al darse cuenta de que la salvación no era posible?

Las últimas escenas están plagadas de referencias a la tradición judeocristiana, como los clavos haciendo un guiño a la simbología de Jesús en la cruz. Así como Jesucristo murió cuando llegó su hora, que estaba escrita, la vida de los replicantes (en esta trama, hijos de su Dios) llega a su fin. Si Jesucristo hubiera sido egoísta habría sido un replicante (de existencia perfecta, igual a Dios y con fecha de caducidad, creado sólo para cumplir su propósito respecto a los hombres). Finalmente, Roy muere mientras una paloma blanca levanta el vuelo, dejándonos ver así, que desde luego no está claro quien es bueno y quien es malo en esta historia.

25 de julio de 2017

Demoledores

Odio cuando alguien suelta una frase demoledora, como si nada, y deja a otra persona destruida. Cuando era pequeña solía pensar que la gente que hacía eso, los demoledores, lo hacían sin querer. Parecían tan fríos, tan indiferentes, que pensaba que era imposible que fueran conscientes de los cadáveres que dejaban a su paso. Pero a medida que fui haciéndome mayor y fui topándome con más y más demoledores, me di cuenta de que eso es exactamente lo que quieren que pienses. Sueltan una frase de mierda, una frase corta y perfectamente estructurada que saben que irrumpirá palabra por palabra en el corazón de la otra persona. Y lo hacen con desdén, con un tono de superioridad que pretende dejar claro que no eres tan importante; que la intención de la frase demoledora no es herirte, pero que si lo hace será simplemente porque es cierta. 

 Odio ver cómo un demoledor lanza con éxito su dardo envenenado, haciendo que otra persona se derrumbe en silencio. Odio ver cómo el receptor encaja el golpe, con estoicismo fingido y una mueca que se quiebra mientras una lágrima lucha por no rebosar el lacrimal. Odio ver cómo algunas peronas juegan con otras a modo de piezas, en un retorcido tablero de ajedrez.


19 de junio de 2017

Haters gonna hate.

Hoy estaba desarrollando mi propio discurso mental (lo típico que pasa cuando no estás pensando en nada muy concreto y simplemente estás teniendo una conversación contigo misma en tu cabeza, pues eso) cuando me he dicho la frase “a mi me gusta odiar”, y luego he ido a rebatírmela porque me ha sonado terrible. Sin embargo, por mal que suene, rebatirlo me parece poco sincero. A mi me gusta odiar, y yo creo que a la mayoría de gente también le gusta un poco. Matizo: no odiar por odiar, no me refiero a un odio destructivo que acabe con toda motivación sobre la faz de la tierra sin haber aportado nada. Pero odiar un poquito, de vez en cuando, con cierto ingenio, pues a mi me parece que da gustíbiris. Estamos todos de acuerdo en que el odio es un sentimiento que une mucho, siendo sincera yo diría que más que el amor. Y quien diga que no es que nunca ha hecho un amigo poniendo a parir a un grupo de música, a un libro o incluso a una persona que os está amargando mazo, aunque el tema de odiar personas ya es más discutible porque entramos en terreno resbaladizo que nos lleva hacia el odio dañino y destructivo. Pero bueno, que eso, que yo creo que odiar un poquito de vez en cuando en realidad está muy bien, porque canalizamos ese sentimiento negativo que todos tenemos hacia algo que puede ser ingenioso y que desde luego desahoga mucho. 

Según escribo esto me estoy dando cuenta de que es muy cuestionable y de que me vais a saltar al cuello en plan “Sara tía, el odio sólo lleva al lado oscuro, y en el lado oscuro te cojo y te reviento”, y así pues no. También me estoy dando cuenta de que estoy escribiendo en un estilo excesivamente informal, pero eso lo tenéis que entender, llevo muchos días escribiendo sobre multiversos y estoy un poquito ya hasta el tesoro de insertar ecuación nueva en Word, así que este es mi momento relax. Volviendo al tema del odio, creo que es conveniente aportar algunos ejemplos de lo que yo considero “odio del bueno” para que no me linchéis:

  • La disputa entre Quevedo y Góngora. Esta disputa está muy bien porque obviando el hecho de que eran dos señores discutiendo por cosas de señores y que los dos eran un poquito problemáticos, nos ha dejado arte para la posteridad y eso me parece muy constructivo. Además, sienta las bases sobre un cierto tipo de disputa creativa, que seguirán años más tarde otros artistas como Kanye West y Taylor Swift.
  • Los planes maquiavélicos de Janet Ian hacia Regina George. Este conflicto es maravilloso lo enfoques por donde lo enfoques, partiendo de la base de que constituye el argumento fundamental de una de las mejores obras que el cine contemporáneo nos ha aportado. Lo único que se le podría objetar es que podría servir de inspiración para colegialas reales que trataran de hundir a otras compañeras motivadas por su rencor, pero esto ni siquiera es así porque [ATENCIÓN: aquí viene un spoiler de Mean Girls, si no la has visto para de leer esto y descárgatela inmediatamente porque es una masterpiece] al final todo acaba en paz y armonía de la mano de un bonito mensaje de sororidad entonado por Lindsay Lohan.
  • El odio colectivo hacia la tortilla sin cebolla. Esto está muy bien porque te permite distinguir a la gente de bien de la que no lo es. Además, ya si nos ponemos tolerantes y trascendentes, al margen de cómo te guste a ti la tortilla me parece que es un odio súper constructivo porque abre un debate muy interesante sobre los límites de lo culinariamente aceptable, sobre con qué se puede experimentar y con qué no, por qué lo que es la tortilla en sí sí le gusta a todo el mundo, la unidad de España, etc.

Por completar esta exposición con la otra cara de la moneda, algunos ejemplos de odio dañino, que no aporta nada y que desde luego no os invito a practicar:

  • La disputa entre Newton y Leibniz. Creo que esta es la disputa que más nerviosa me pone de la historia de la humanidad porque fue súper insana, destructiva y no le encuentro ninguna lectura positiva al asunto. Básicamente Newton y Leibniz eran dos pensadores brillantes que en lugar de unir fuerzas por el bien de la ciencia se dedicaron a hacerse putaditas en el ámbito de lo personal y a arruinarse la vida sin que hubiera una razón legítima para ello. Lo pongo en plural pero en realidad aquí el malo de la película es Newton, que ha pasado a la historia por ser the fucking boss of the apple cuando el cálculo infinitesimal se le ocurrió a la vez que a Leibniz y su reacción de genio maduro fue inventarse que se lo había copiado aunque sabía que era imposible porque estaba en otro país. En consecuencia a Leibniz le expulsaron de la Royal Society, en Europa se convirtió en un paria y nadie fue a su funeral.
  • El bullying. No creo que haga falta desarrollar esto.
  • La absurda rivalidad entre Blur y Oasis. Esta rivalidad es absurda porque 
a)    No era la típica rivalidad creativa en la que la presión de que haya otros artistas muy buenos contemporáneos a ti te impulse a hacer cada vez mejor arte, rollo Mozart y Salieri (aunque las paranoias de Mozart tampoco eran muy sanas, pero bueno). La rivalidad entre Blur y Oasis se reduce a los hermanos Gallagher centrando sus improperios habituales en un grupo musical en concreto, hasta el punto de acosarles e incitar al odio.
b)   Blur es claramente mejor que Oasis tanto en originalidad, como en progresión y constancia, y entrar en un debate sobre esto me parece un sinsentido.


Y ya estaría. Con Dios.

2 de mayo de 2017

Cosas que me gustan

(en el sentido de que me dan paz y me hacen sentir bien)


  1. La fotocopiadora de debajo de mi casa.
  2. La biblioteca de mi facultad.
  3. El autobús.
  4. Las salas de espera.
  5. Mi cama en invierno (cuando le pongo esa manta del Primark que parece sacada de un club gay y cuyo tacto emula la nube favorita de Nuestro Señor Jesucristo).

Cuando ya había empezado esta lista me he dado cuenta de que eran todo lugares, y aunque la categoría puede extrapolarse a otras cosas, creo que así está bien. No he incluido lugares en los que he vivido momentos especiales o que me recuerden a alguien (porque mentiría si lo hiciera). Son lugares que me recuerdan a mi misma y en los que paso la mayor parte de mi vida. En esos lugares estoy cómoda, me resultan familiares, me siento en casa. Me encantan los lugares en los que en general no tengo la obligación de hacer nada, sino que están diseñados para pasar tiempo conmigo misma. Creo que es en esos momentos cuando estás verdaderamente existiendo, aunque tendamos a pensar lo contrario. Para mi la plena existencia, más que un dejarse llevar sin remedio por acontecimientos (aunque interesantes) consiste en la mera introspección. Darse cuenta de que estás ahí, sentado en una sala de espera pensando en lo viejo que te has hecho.