30 de enero de 2016

"Yo es que tengo mucho mundo interior"

Sé que lo digo mucho, pero si pudiera cambiar algo de mi misma no lo dudaría ni un segundo: desearía ser una persona extrovertida. Ser introvertida es algo que desearía cambiar con todas mis fuerzas, porque realmente es algo en lo que pienso muchas veces y siento que es el obstáculo más grande que se ha interpuesto en mi camino. Siempre es la misma piedra con la que tropiezo una y otra vez, sin poder evitar magullarme las rodillas y sentirme una estúpida por pasarme la vida en el suelo. Siempre hay un listo que dice “pues empieza a hablar más”. Hombre señor Freud, me acaba de arreglar la vida usted, ¡¡¡cómo no se me había ocurrido esa solución tan brillante!!! Yo seré introvertida, pero la gente que simplifica los problemas siendo incapaz de ver su complejidad por el mero hecho de que no los padecen no sé muy bien qué tipo de retraso tienen. Si fuera capaz de hablar más, hablaría más. Pero simplemente no puedo, y no será porque no me esfuerzo. Estoy segura de que la gente me ve desde fuera y están convencidos de que nunca he intentado ser una persona más abierta, simplemente porque pasan los años y mi progreso es casi nulo. Sé que no se nota, pero de verdad que lo intento. La gente que es naturalmente extrovertida probablemente no entienda toda la sucesión de pensamientos que se le pasan a una persona introvertida antes de abrir la boca. En primer lugar, si la conversación está teniendo lugar entre más de dos personas, la situación se ha convertido automáticamente en un infierno caótico. ¿Cuándo intervengo? Quiero abrir la boca, porque el tema me interesa mucho y no quiero que las otras personas piensen que me estoy aburriendo cuando no es así. Pero no quiero interrumpirles, porque no quiero ser una maleducada, porque hablo tan bajo que en realidad pisar a alguien hablando me resulta literalmente imposible y en último término porque ni siquiera me atrevo. Además, no sólo tengo que preocuparme de no interrumpir, sino de aportar algo realmente interesante e hilado a lo que se está diciendo. ¿Y si piensan que mi comentario no viene a cuento y/o que es una estupidez? Pensarán que soy estúpida y no querrán volver a hablar conmigo nunca más. Da igual lo que vaya a decir, en mi cabeza siempre es estúpido y no merece la pena decirlo. Y precisamente por eso, al final se acaba la conversación y nunca digo nada; cuando he analizado, repasado y ensayado en mi cabeza el comentario que voy a hacer, las otras personas ya han cambiado de tema. Todas las conversaciones se acaban sin que yo haya intervenido, y al final sucede lo que tanto miedo me daba de intervenir: todo el mundo piensa que soy estúpida. Y lo peor no acaba ahí, sino que después del enésimo fracaso social te vas a tu casa repasando toda la conversación en tu cabeza, todas las ocasiones que has tenido para meter baza y no lo has hecho, arrepintiéndote y sintiéndote como una mierda. 

Así transcurre el pequeño mundo interior de una persona introvertida (el mío, al menos). Hay mucha gente que me dice que estoy siempre distraída, en las nubes, o que nunca presto atención a lo que se está diciendo. No suelo contradecir esa creencia porque prefiero que la gente piense que soy una persona distraída a que tengo una ansiedad y una dificultad seria para socializar que no puedo con ella. Cuando se me recrimina llevar horas callada, suelo responder que “tengo mucho mundo interior”. Me gusta dar esa respuesta porque normalmente suele provocar una sonrisa y en realidad no es mentira, mi mundo incluye todas las posibles formas de morir sola que puedo experimentar en el futuro por no haber abierto la boca a tiempo. A veces pienso que me gustaría ser muda, porque a efectos prácticos estaría igual que ahora pero al menos tendría una buena excusa para no decir nada. Estoy segura de que hay gente que me conoce desde hace años que ni siquiera sabe cómo suena mi voz. 

 Pese a todo, sí que he avanzado algo en todos estos años. Puede que no lo creáis, pero cuando era pequeña era mucho peor. Hablaba tan poco ─nunca─ que tenía compañeros de clase que ni siquiera sabían cómo me llamaba, o que al reparar en mi existencia pensaban que era una alumna nueva aunque llevaba yendo a la misma clase que ellos varios años. Es un poco horrible ser introvertido. A veces tiene cosas buenas, como conocer a otras personas introvertidas y conectar con ellas a un nivel muy profundo, porque realmente comprenden todas esas cosas que piensas aunque nunca se las hayas contado. Ser introvertido hace que algunas personas piensen que eres interesante, aunque la mayoría crean que eres sólo imbécil y las que te consideraban interesante tengan la ocasión de verificarlo en cuanto intentan hablar un poco contigo. Otro aspecto positivo de ser introvertido es que es muy difícil resultar pesado. En el colegio nunca jamás te echaban la bronca por hablar, y si te castigaban en silencio para ti era como si no estuvieras castigado. 

Cuando se me presenta la oportunidad de quedar con una persona nueva, conocer a alguien, o todo lo que invite a la posibilidad de crear una amistad, mi respuesta es casi siempre sí. Teniendo en cuenta lo que supone para mi puede parecer masoquista, pero lo hago porque no me gusta esa experiencia, no me gusta ser así y quiero cambiarlo. Hay dos clases de personas, las que se quejan y las que actúan. Luego estoy yo, que le pongo voluntad para actuar pero quejándome todo el rato. No es la actitud ideal, pero al menos es mejor que no hacer nada. A dónde quiero ir a parar (después de todo este rollo tan largo, mal escrito pero sincero) es que por muy duro que sea, hay que intentarlo. Yo lo intento. Cada vez que hablo con alguien por primera vez es como si estuviera descalza encima de brasas ardiendo: me estoy quemando, pero aguanto y no camino para evitarlo. Sin embargo, me pongo encima de las brasas siempre que puedo, porque sé que si no lo hago nunca tendré los pies lo suficientemente curtidos para caminar en el averno que es el mundo. 

Creo que todos tenemos brasas a las que desearíamos no tenernos que enfrentar. Pero quererse a uno mismo es tratar de ser mejor cada día, y dejar que el fuego te moldee a tu gusto, hasta que un día llegues a ser tu tesoro de cristal favorito.

3 comentarios:

  1. Caray..., seguramente lo que te diga sea algo desacertado o fuera de tu apetencia pero ¡oh!, ¿qué es esto? Un recuadro que dice: "Introduce tu comentario"; pues allá que voy: más que introversión, lo que yo veo es (después de leer y comparar con personas similares que conozco) inseguridad. Ponerte sobre brasas te preparará para lo que dices y bla, bla, bla..., pero no sé si te ayudará a socializar o abrirte. Potencia algo que te guste de tí, éso te hará abrirte.
    Ale, a cenar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Soy una mierda y contesto los comentarios como dos meses tarde. Sí, claro que es inseguridad, pero una cosa no quita la otra (de hecho suelen ir de la mano). Muchas gracias por el consejo, ahora sólo queda la agónica tarea de encontrar algo que me guste.

      Eliminar