15 de enero de 2017

Before sunrise

Ayer terminé de ver la trilogía Before (Before sunrise, Before sunset, Before midnight), y he decidido que voy a escribir algo aquí porque me ha hecho pensar sobre muchísimas cosas, y estoy bastante sorprendida porque nunca llegué a pensar que una película romántica tendría cabida entre mis favoritas (ni siquiera que me gustaría). No os casco nada porque si no las habéis visto os las recomiendo encarecidamente, pero así a grandes rasgos las películas tratan sobre dos personajes, Jesse y Céline, y cómo evoluciona su vida, su situación y ellos mismos a lo largo de los años.
Me han parecido buenas películas porque los personajes están construidos de forma brillante. Es posible reconocerlos desde la primera película hasta la última, ambos tienen personalidades fuertes que están ahí en todo momento; y sin embargo, en dos décadas han cambiado tanto. Diría quizá que Céline ha cambiado más que Jesse, era más fácil quererla en la primera película. Pero desde luego Jesse también lo ha hecho, los rastros agridulces que mostraba cuando era joven se van volviendo más agrios que dulces con el paso del tiempo, y ya no resulta tan fácil reírle ese tipo de gracias (al menos a mí no me lo resulta, vi la película con Pablo y a él le seguían pareciendo desternillantes). Lo que quiero decir, es que ambos son personas interesantes, cuando eran jóvenes estaban llenos de inquietudes, curiosidad y esperanzas ante las posibilidades que se abrían ante ellos; en la última película, ya a los 40 años, siguen siendo personas interesantes y curiosas, pero parecen haber perdido gran parte del optimismo que tenían a los 20, con toda una vida por delante para convertirse en todo lo que quisieran ser. Pablo no entiende muy bien por qué esas películas me ponen triste, si se supone que son alegres: sin spoilers, podemos decir que tratan sobre personas a las que les va más o menos bien en la vida, persiguen sus sueños y están muy lejos de ser depresivas. Sin embargo me ponen triste, porque pese a ello su ilusión por las cosas acaba apagándose igual (quizá no apagándose del todo, pero desde luego no brilla igual que antes).

Me pone triste pensar que ya tengo más de 20 años, y que con el paso del tiempo tenderán a desvanecerse mis virtudes y acentuarse mis defectos (que por cierto, son muchos). No quiero que pasen 20 años y que lo que hoy es una cierta reticencia para aceptar el argumento ajeno se convierta en un “contigo no se puede hablar de absolutamente nada”. No quiero que mi manía a jugar a ser el abogado del diablo acabe por convertirme en el demonio mismo. No quiero que lo que hoy son algunos (aunque bastantes) días tristes acaben por ser una sucesión depresiva interminable. ¿Pero qué hacemos? Nada se puede hacer para luchar contra el paso del tiempo. La televisión sin embargo está plagada de anuncios que prometen el alisamiento de las arrugas, la desaparición de las canas y en definitiva un millón de métodos para engañar al carnet de identidad. Me preocupan más que los signos externos, lo que pasa con el envejecimiento del alma (por pomposo o pedante que suene). No es que no me preocupe que me salgan canas, admito que no me haría especial gracia, pero supongo que ese tipo de cosas podría soportarlas (al fin y al cabo ahora cada vez se lleva el pelo más claro). Lo que no sé si podré soportar es levantarme un día y darme cuenta de que soy tan mayor que estoy cansada de todo. Que no me importe el futuro, ni el sentido de las cosas, ni cómo soy o en qué me estoy convirtiendo porque total, llegados a este punto ya está hecho.

De verdad espero que sea posible hacerse preguntas para siempre.

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