Ayer terminé de
ver la trilogía Before (Before sunrise, Before sunset, Before
midnight), y he decidido que voy a escribir algo aquí porque me ha hecho
pensar sobre muchísimas cosas, y estoy bastante sorprendida porque nunca llegué
a pensar que una película romántica tendría cabida entre mis favoritas (ni
siquiera que me gustaría). No os casco nada porque si no las habéis visto os
las recomiendo encarecidamente, pero así a grandes rasgos las películas tratan
sobre dos personajes, Jesse y Céline, y cómo evoluciona su vida, su situación y
ellos mismos a lo largo de los años.
Me han parecido
buenas películas porque los personajes están construidos de forma brillante. Es
posible reconocerlos desde la primera película hasta la última, ambos tienen
personalidades fuertes que están ahí en todo momento; y sin embargo, en dos
décadas han cambiado tanto. Diría quizá que Céline ha cambiado más que Jesse,
era más fácil quererla en la primera película. Pero desde luego Jesse también
lo ha hecho, los rastros agridulces que mostraba cuando era joven se van
volviendo más agrios que dulces con el paso del tiempo, y ya no resulta tan
fácil reírle ese tipo de gracias (al menos a mí no me lo resulta, vi la
película con Pablo y a él le seguían pareciendo desternillantes). Lo que quiero
decir, es que ambos son personas interesantes, cuando eran jóvenes estaban
llenos de inquietudes, curiosidad y esperanzas ante las posibilidades que se
abrían ante ellos; en la última película, ya a los 40 años, siguen siendo
personas interesantes y curiosas, pero parecen haber perdido gran parte del
optimismo que tenían a los 20, con toda una vida por delante para convertirse
en todo lo que quisieran ser. Pablo no entiende muy bien por qué esas películas
me ponen triste, si se supone que son alegres: sin spoilers, podemos decir que
tratan sobre personas a las que les va más o menos bien en la vida, persiguen
sus sueños y están muy lejos de ser depresivas. Sin embargo me ponen triste,
porque pese a ello su ilusión por las cosas acaba apagándose igual (quizá no
apagándose del todo, pero desde luego no brilla igual que antes).
Me pone triste
pensar que ya tengo más de 20 años, y que con el paso del tiempo tenderán a
desvanecerse mis virtudes y acentuarse mis defectos (que por cierto, son
muchos). No quiero que pasen 20 años y que lo que hoy es una cierta reticencia
para aceptar el argumento ajeno se convierta en un “contigo no se puede hablar
de absolutamente nada”. No quiero que mi manía a jugar a ser el abogado del
diablo acabe por convertirme en el demonio mismo. No quiero que lo que hoy son
algunos (aunque bastantes) días tristes acaben por ser una sucesión depresiva
interminable. ¿Pero qué hacemos? Nada se puede hacer para luchar contra el paso
del tiempo. La televisión sin embargo está plagada de anuncios que prometen el
alisamiento de las arrugas, la desaparición de las canas y en definitiva un
millón de métodos para engañar al carnet de identidad. Me preocupan más que los
signos externos, lo que pasa con el envejecimiento del alma (por pomposo o
pedante que suene). No es que no me preocupe que me salgan canas, admito que no
me haría especial gracia, pero supongo que ese tipo de cosas podría soportarlas
(al fin y al cabo ahora cada vez se lleva el pelo más claro). Lo que no sé si
podré soportar es levantarme un día y darme cuenta de que soy tan mayor que
estoy cansada de todo. Que no me importe el futuro, ni el sentido de las cosas,
ni cómo soy o en qué me estoy convirtiendo porque total, llegados a este punto
ya está hecho.
De verdad
espero que sea posible hacerse preguntas para siempre.
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