Un día se levantó y se
dio cuenta de que lo había entendido todo. Tuvo la sensación de conocer el sentido
de la vida, el universo y todo lo demás, y no era 42. Lo sabía todo y a efectos
prácticos era como no saber absolutamente nada. En aquel momento salió de la
cama, apoyó un pie descalzo sobre el parqué y luego el otro. Se sintió
desbordado por aquel sentimiento, como si ya nada mereciera la pena. Había
comprendido a dónde iba a parar su vida, y la de todos los demás, y casi deseó
no haber nacido. El universo era una compilación de acontecimientos cuyo fin
era llegar a aquel preciso instante, y eso le parecía asqueroso. Nada valía
nada, el tiempo era una línea que ondeaba borracha entre las dimensiones y la
materia era un completo despropósito. Se puso de pie y sintió cómo la realidad
caía sobre sus hombros. Sintió cómo él era todo cuanto existía, había existido
y existirá alguna vez. Tuvo la certeza de saber lo que sintieron grandes
personajes como Pericles, Mozart o Marilyn Monroe; en aquel momento supo que
ellos también habían sentido lo que en aquel momento estaba sintiendo él. Cogió
una camisa y se limitó a desear que todo acabase pronto.
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